Te conocí ventosa –más que ventolera- estabas echada en la sombra del umbral del zaguan, con los ojos entreabiertos, asomando la punta de la lengua babeante, rosita y escurridiza.
Pensativa o dormida te veías majestuosa que me hacía estremecer como hojarasca seca que del suelo se levanta al paso del más tenue viento.
Acaricie tu cuello sedoso, blando y perfumado sintiéndote como una cama de flores silvestres. Tu te complacías al sentirte alagada con mi dulce manoseo, que recorría desde tu cuello por toda la espalda.
miércoles, 15 de julio de 2009
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